Así despierta cada mañana el campo alrededor del viejo roble. Como el cantor de aquella taberna despojada, alto, extenso en su despliegue de manos, divertido, espeso, lento. Con el viento rebozando el costado más lejano, hundidos los cuchillos en el mismo costado, rascado de habitantes, ahora extraños, de la noche pasada. Un barril de vino, un barco, un trozo de aquel padre que silbaba las canciones de los marineros flotando en el mismo jugo de sus cosechas, feliz, y sus hijos saboreando entre la niebla ese carruaje enorme que ha quedado en el campo. Ellos son de ahí, para siempre, y de allá, hasta que vuelva y comience otra vez el cultivo de la vid para los que todavía no conocieron el viejo roble que mira todo desde antes.
martes, 27 de octubre de 2009
quercus robur
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