Los que saben verdaderamente sobre las veredas, los que se ponen a pensar sobre ellas y tienden los cerebros al sol sobre la calle conocen lo que sucede bajo el paraíso. Una ciudad de sobrepuestos restos se va gestando, una enormidad de pequeñeces que se pudren o se secan o ruedan y se escapan de la lluvia. Era de verano y el paraíso agradecía el barrido de los hijos que calentaban sus pies, el vapor nos llamaba al juego y al tiempo. ¿Por qué digo era verano? Siempre fue verano ahí, siempre hubo que regar y barrer, siempre hubo que precipitarse a las siete. ¿Y la primavera? Es que ya habíamos florecido cuando lo vi la última vez, habíamos florecido y dado frutos varias veces, y nos habían podado el hombro grande, pero ahí había un pedazo de árbol aun. ¿Y el invierno? Nada contra él, nada en contra de sus fauces exhalantes. El árbol seguía creciendo por debajo, rompiendo la vereda, sobreviviendo. Los folíolos ovales, acuminados, antes de color verde oscuro por el haz y más claro en el envés, ahora amarillean y caen, es que todo se confunde y al final estamos a comienzos del otoño.
miércoles, 28 de octubre de 2009
martes, 27 de octubre de 2009
quercus robur
Así despierta cada mañana el campo alrededor del viejo roble. Como el cantor de aquella taberna despojada, alto, extenso en su despliegue de manos, divertido, espeso, lento. Con el viento rebozando el costado más lejano, hundidos los cuchillos en el mismo costado, rascado de habitantes, ahora extraños, de la noche pasada. Un barril de vino, un barco, un trozo de aquel padre que silbaba las canciones de los marineros flotando en el mismo jugo de sus cosechas, feliz, y sus hijos saboreando entre la niebla ese carruaje enorme que ha quedado en el campo. Ellos son de ahí, para siempre, y de allá, hasta que vuelva y comience otra vez el cultivo de la vid para los que todavía no conocieron el viejo roble que mira todo desde antes.
viernes, 23 de octubre de 2009
laurelia sempervirens
Con el silencio empezado, yendo al borde de las baldosas y sin pisar línea, el piso mojado. El valle extenso, los patios del poblado condimento de las viejas. Laurel para quererse en la cocina. Laurel de emperadores descalzos. Te conocía de otros días y no puedo evitar pensar en lo que el viaje depare, la ansiedad de encontrar respuestas, elegir una hoja correcta, un gajo de tus brazos y poder perfumar un estante, cualquier biblioteca, algún reflejo mas. Hablemos otra vez, árbol aromático, volvamos al preludio del deposito y digamos, con los contornos puntudos, lo que queríamos decir en la infancia.